domingo, 18 de octubre de 2009

DAVID ROSIQUE. ESCRITO POSTUMO.

Escrito postumo
Don Juan Rosique, falleció el pasado día veintitrés de Diciembre de dos mil seis, a las doce horas de insuficiencia cardiaca, a los ochenta y ocho años de edad. Dormía mal esos últimos días, y con el traqueteo, y cansancio acumulado, puede que muriese por falta de sueño. Fue cartagenero del año en el año setenta y seis. Fundó la UNED en la ciudad, y levantó un edificio enorme para que la gente tuviese donde estudiar. También fue concejal de UCD, pero cuando vio que en política lo que cuentan son los intereses, y no los bienes se la dejo. De joven, en los años treinta, era un poco comunista, y cuando vio que en la guerra los dos bandos mataban lo que podían, decidió que la educación, era una forma muy sana de enseñar a pensar con algo más que con el instinto. Él procuraba hacerlo con la cabeza, que para eso la tenía. Un amigo suyo también profesor, y cartagenero del año en el año dos mil seis, Juan Carrión, decía que el comunismo es una tontería, porque unos son más tontos, y otros son más listos. Muy atinado.
En vida no he conocido a un hombre que fuera tan fiel a si mismo, y a pocos tan inteligentes, ninguno personalmente. Solía hablar pausadamente, y con conocimiento de causa, utilizaba procedimientos racionales en sus composiciones. Incluso para deducir las formulas de los problemas de los que no se acordaba, aunque a mi nunca consiguió enseñarme matemáticas. Me flipaba que siempre encontrará la solución, o incluso donde estaba el error. Hasta los ochenta y siete años se conservo lúcido. De vez en cuando decía,“Juanico que tonto estoy”. Ya quisieran muchos alumnos de hoy en día haberle tenido en esos momentos. Tenía una letra de cartógrafo, muy cuidada, y precisa. Con una peculiar manera de coger la pluma entre los dedos índice, y corazón que he heredado. Era solitario, y estudioso. Con una cátedra con matrícula, una oposición en la escuela de oficiales, con el número dos, misma nota que el primero, pero por edad. Después se la reconocieron. Y cuatro libros científicos publicados, dos de los cuales, uno de materiales, y otro de tecnología mecánica, y metrotecnia, editados hace más de cuarenta años, se siguen utilizando en la Universidad Politécnica de Cartagena.
Recuerdo ir a casa de mis abuelos, a comentar los libros que leía. Nos sentábamos en la entada de su casa en un gran banco de madera, y ellos que habían leído mucho, me escuchaban con atención. Mi abuela, Juana Román Hurtado, es poetisa. Nunca citaba títulos, pero cuando me daba una réplica, automáticamente a mi se me ocurría un clásico del que podía haberlo sacado. Mi abuelo en cambio pronunciaba enunciados generales, con lo que me desarmaba a la primera, porque hablaba a través de la experiencia. Formaban una pareja muy peculiar, con sus bastones, paraguas, y gabardinas. Yo siempre me preguntaba sí pertenecían a alguna grupo secreto, porque parecía que hacían comedia sutil dentro del drama que es la vida.
De vez en cuando, nos acodábamos en el diván, o en los sofás. Allí me contaba batallas de gente a la que yo no conocía. Decía que había que tenerles respeto, y que fuera bueno. Pensaba que todas las opiniones son respetables. Sabater por otra parte explica, que son las personas las que son respetables, yo ni lo uno ni lo otro. Hablaba muy solemnemente. Con precaución de hechos, de dirigentes históricos, mezclados con vivencias personales. Llegamos a la conclusión de que la naturaleza humana, estaba inconclusa por imperfecta. Con lo que yo creo que le mosqueaba el hecho de que él tuviera una asíntota, igual que el le llamaba a la función de sus años, que tendía a desaparecer en las abscisas. Y que la vida siguiese sin tener conocimiento de continuidad, relación, relevancia, o acción.
Una de las últimas imágenes que recuerdo, es la de la silla mirando al suelo preguntándose probablemente sí podía haber hecho algo más. Inimaginable la magnitud de su persona por su perseverancia, y transcendencia. No sabía quién era.
A veces teníamos conversaciones personales en las que con pocas palabras nos entendíamos, es decir, me hacía entender. Yo sabía que no iba bien encaminado al instante. Así que iba buscando la expresión adecuada, de modo que me afinaba con su presencia. Más de un día, aunque parezca demasiado parecido a las dos trilogías de George Lucas de La guerra de las galaxias, sentía una cantidad de energía fluyendo entre nosotros, enorme. Teníamos conversaciones energéticas. Según la importancia, afinidad, y veracidad de lo que hablábamos sentía que fluía un gran poder entre nosotros. La literatura oriental se ha explayado grandemente en este tipo de fuerzas, y su efecto es descomunal. Me hubiera gustado que hubiese vivido más.

Consabidamente, David Rosique.

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